Los sonámbulos

Durante las últimas décadas, los costarricenses hemos vivido, o tal vez habría que decir que hemos padecido, una suerte de fantasía verde que se apoya en nuestra imagen de país conservacionista y comprometido con el ambiente. Esa fantasía ha hecho que todo a nuestro alrededor se tiña del color de la clorofila: los hoteles de lujo, las soluciones del gobierno, los bonos bancarios, el viento, los barcos sobre la mar y el caballo en la montaña. Como en el Romance sonámbulo de García Lorca. Sí: aquel que recitaba hace casi un siglo, como nosotros ahora, “verde que te quiero verde”.

Es cierto que las campañas de Esencial Costa Rica advierten de vez en cuando que los ticos no somos exclusivamente verdes. Somos también “talentosos, auténticos, solidarios, emprendedores, empunchados, innovadores y pura vida”. Ni más ni menos. Sin embargo, más allá del proselitismo y de la etiqueta que utilicemos con el propósito de parecer mejores y levantar la autoestima, cada cierto tiempo se nos vuelca la tapa del perol y descubrimos que algo huele a podrido.

El más reciente epicentro del hedor de la patria se localiza en Oreamuno de Cartago. En ese lugar, desde hace más de nueve meses, alrededor de 10 mil personas han salido diariamente a recoger el agua que se distribuye en cisternas, porque la que llega a sus casas está contaminada con un agroquímico llamado Clorotalonil. Este evento coincide con la detección en Alemania de un cargamento de melones proveniente de Costa Rica, con una concentración de ese agroquímico que superaba por mucho el límite permitido, tal como comenta la geóloga Emma Tristán, en un artículo publicado en el sitio Delfino.cr.

¿Responde el doble episodio del Clorotalonil a una cadena de eventos desafortunados o es en cambio la imagen traslapada de lo que subyace bajo nuestra fantasía ambientalista? ¿Sigue vigente la etiqueta de la Costa Rica verde o será necesario pensar en otra que nos represente de mejor manera, después de dejar atrás las etiquetas de El país más feliz del mundo y La Suiza Centroamericana? Al menos, vale la pena preguntárselo.

Mi linda Costa Rica

Constantino López Guerra, mejor conocido como Tino, es recordado en su país de origen como “el Rubén Darío de la música popular”. En Costa Rica, este nicaragüense de Chinandega es reconocido por haber compuesto, durante la primera mitad del siglo XX, esa suerte de segundo himno nacional que en su estribillo repite: “Por ser tan linda Costa Rica la llaman, la Suiza centroamericana”.

Tal como Constantino el grande refundó la ciudad de Bizancio, llamándola “la nueva Roma”, con la letra de Mi linda Costa Rica un Constantino más cercano refundó la “Suiza centroamericana”, que fue anunciada un siglo atrás por el periodista francés Félix Belly. Así, Félix y Tino anticiparon, con premeditación y alevosía admirables, las tareas que hoy desempeña con tanto entusiasmo nuestro Instituto Costarricense de Turismo.

Varias décadas después, el pianista Manuel Obregón interpretó una versión lúdica y divertida de Mi linda Costa Rica, que trastocaba su sentido patriótico original y daba paso a una reflexión en clave irónica sobre los grandes mitos del ser costarricense y las pequeñeces implícitas en cualquier ideología nacionalista. Así, Manuel Obregón tuvo el buen tino de explorar con humor la obra que hace más de medio siglo nos hizo creer que éramos mejores que nuestros vecinos: más inteligentes, más hermosos y más cercanos a la naturaleza. Nada demasiado distinto de nuestros espejismos de hoy.

Debajo del verde

Desde los años setenta y el surgimiento de agrupaciones ambientalistas como Greenpeace, el verde se relaciona con el respeto por el ambiente y las formas de vida asociadas a la naturaleza. Paradójicamente, la fabricación de ese color supone la incorporación de elementos químicos y aleaciones como el cloro, el cobalto, el titanio, el óxido de níquel y el óxido de zinc, que pueden provocar cáncer y malformaciones congénitas, entre otros problemas a la salud.

Así, el verde beneficioso, rentable y aprovechable para efectos propagandísticos y de imagen nacional, presenta debajo otra capa de verde, nociva y oscura. Contrario a lo que podría pensarse, este descubrimiento no es menor. En cambio, señala que nuestra etiqueta de turno está compuesta por capas y que el soñado mundo verde se vive en una doble esfera: la evidente y la oculta, la comercializable y la que resulta conveniente ocultar. En otras palabras, apunta, con una puntería inmejorable, hacia la histórica doble moral de los costarricenses.

Esta doble moral, o este valor diferencial del verde, puede comprobarse mediante un ejercicio sencillo. Si compráramos el Clorotalonil en Brasil o en Chile, la etiqueta amarilla nos advertiría que ese agroquímico es moderadamente peligroso. En México la etiqueta azul señalaría su carácter ligeramente peligroso y en Costa Rica la etiqueta verde, por supuesto, indicaría que el Clorotalonil es muy poco peligroso. Así de relativa es la toxicidad en América Latina. O bien, así de amplio es el espectro que alcanza nuestro deseo profundo de habitar un mundo color clorofila.

La identidad de un país es una suerte de río en el que estamos sumergidos sus pobladores, lo que hace imposible abordarla desde un “afuera” impermeable a las contradicciones y las costumbres heredadas. La Costa Rica que somos se conforma a partir de una serie de contradicciones que constantemente deben ser expuestas, reconocidas y reflexionadas. De otra forma estamos condenados a deambular por la vida ciudadana de manera mecánica e inconsciente. Como fantasmas verdes. Como los sonámbulos del romance de García Lorca.

JURGEN UREÑA

@jurgenurena