La historia, el pasado y los políticos
EDUARDO SEGURA
Hace unos días, mientras veía videos cortos en una red social, me encontré con el anuncio de un precandidato del Partido Liberación Nacional (PLN), cuyo nombre, francamente, no vale la pena mencionar. En el anuncio, aparecía de pie frente al Monumento a los Caídos en la Guerra de 1948, ubicado en Santa María de Dota. Hablaba de la “Guerra de Liberación Nacional”, el derecho al sufragio, las Garantías Sociales y, por supuesto, la fundación de la “Segunda República”. Todos estos elementos son pilares de los mitos fundacionales del PLN. Y, como era de esperar, no podía faltar la mención a Don Pepe Figueres, Chico Orlich, Daniel Oduber, el Padre Núñez y Luis Alberto Monge, figuras icónicas del liberacionismo costarricense del siglo XX.
Este discurso, cargado de nostalgia y simplificaciones históricas, me hizo reflexionar sobre cómo algunos políticos instrumentalizan el pasado para intentar conectar emocionalmente con sus bases. No obstante, esta práctica no es inocente ni neutral. Lejos de ser un mero recurso retórico, la instrumentalización de la historia entra en conflicto directo con el quehacer de las personas historiadoras, cuyo objetivo debe ser la búsqueda de la criticidad histórica. Su labor no se limita a aceptar versiones preestablecidas, sino que invita a una revisión constante y cuestionadora del pasado, buscando una comprensión más profunda y compleja de los procesos históricos.
En este contexto, resulta evidente que para muchos políticos la labor de las personas historiadoras en su esencia pasa a un segundo plano. Su prioridad está centrada en capturar emociones y utilizar el pasado como bandera de sus intereses político-partidarios, presentar narrativas que, en muchos casos, simplifican la complejidad histórica para apelar a un público en particular. Así, el pasado deja de ser un campo de estudio riguroso y se convierte en un instrumento al servicio de agendas específicas.
Los políticos tienden a beatificar a los caudillos de sus partidos, exaltando sus logros mientras minimizan, o incluso omiten, aquellos errores que pudieran empañar la imagen idealizada que desean proyectar. Esto va acompañado de la selección y reinterpretación de ciertos hechos históricos, adaptándolos a sus intereses y dejando de lado aspectos que podrían generar cuestionamientos o revelar contradicciones. De esta manera, el pasado se transforma en un relato conveniente, despojado de su complejidad y riqueza.
La construcción de los relatos heroicos no es casual. Responde a la necesidad de generar discursos que movilicen a las personas y fortalezcan la identidad partidaria. Sin embargo, construir un relato con fines políticos termina por homogeneizar las experiencias históricas e invisibilizar a diversos grupos de actores que participaron en distintos procesos históricos, relegándolos al olvido o reduciéndolos a meros elementos secundarios dentro de una narrativa que sólo reconoce a quienes encajan en los intereses partidarios. El pasado, entonces, se convierte en un escenario donde sólo unos pocos tienen derecho a protagonizar.
Esta tendencia revela, en última instancia, una carencia profunda: la falta de un proyecto político con visión de futuro. Ante la imposibilidad de proponer soluciones concretas a los desafíos del presente, se recurre a la exaltación de un pasado idealizado, transformando la memoria histórica en un mero recurso emocional que, si bien moviliza, rara vez orienta hacia el cambio. El pasado, en este sentido, se convierte en una estrategia para evadir la responsabilidad de enfrentar los problemas actuales con ideas innovadoras y audaces.
Ante este panorama, las personas historiadoras, por su parte, tienen la responsabilidad de analizar el pasado con rigor y cuestionar las interpretaciones simplistas o sesgadas que han permeado el discurso político. No obstante, en la arena política, su labor se ve marginada, ya que la criticidad histórica no produce los resultados inmediatos que los partidos buscan: movilización emocional, identidad partidaria y legitimación de sus agendas. Así, el pasado se convierte en un recurso moldeable, un instrumento al servicio de narrativas polarizadoras.
Sin duda, esta instrumentalización representa un reto para las personas historiadoras, que deben insistir en una visión más amplia y crítica, defendiendo la memoria histórica no como una construcción conveniente, sino como un espacio de reflexión crítica que permita comprender las múltiples dimensiones del pasado.
En consecuencia, se hace cada vez más necesario impulsar una divulgación histórica ética y rigurosa, capaz de contrarrestar las narrativas simplistas y de fomentar una ciudadanía informada y crítica. Sólo a través de un compromiso genuino con el conocimiento histórico se podrá rescatar el pasado de la manipulación emocional y devolverle su papel como espacio de reflexión crítica y aprendizaje colectivo. En este sentido, la historia debe ser una herramienta para el análisis consciente que valore la complejidad de su propio devenir, iluminando así el camino hacia un futuro más informado y comprometido.
EDUARDO SEGURA
Historiador